miércoles, 11 de marzo de 2015

El Dominio del Medio. La Comunicación No Verbal en la Política



Es lunes, 26 de septiembre de 1960. Theodore TedSorensen, uno de los asesores del joven candidato demócrata, ultima con éste su intervención en el primero de los cuatro debates televisados que tendrán lugar durante la campaña para las elecciones presidenciales. Es una oportunidad histórica: la primera ocasión en que los norteamericanos —setenta millones, dos tercios de la población adulta del país, calculan los técnicos— podrán comprobar desde sus hogares lo que el vicepresidente republicano Richard Milhous Nixon y su adversario, el senador John Fitgerald Kennedy, tienen que ofrecer al pueblo estadounidense.



Nixon es un halcón de la política, un profesional chapado a la antigua. No concede valor a la oportunidad que se le está presentando. Cree en el contacto físico con el votante y trabaja duramente hasta la víspera del debate sin suspender los actos electorales, a pesar de estar todavía convaleciente de una estancia hospitalaria por una lesión en una pierna. Sabe también que parte con ventaja, al formar parte del gobierno de Dwight D. Eisenhower en una etapa de agresividad entre bloques de la Guerra Fría, con un pueblo poco dado a los relevos en el poder en situaciones similares.
 

Comienza la transmisión televisiva. El moderador, Howard K. Smith, presenta a los protagonistas. Habrá varios turnos de pregunta sobre asuntos de política doméstica a cargo de diversas figuras del periodismo. Cada candidato hará una introducción de ocho minutos y una conclusión de tres.


Kennedy, asesorado con inteligencia por los miembros de su equipo, ha descansado. Luce un saludable bronceado que contrasta con la lividez de su rival. Su imagen, el sistema diacrítico, está meticulosamente calculada: traje oscuro perfectamente cortado que destaca sobre el decorado del plató, sonrisa abierta y luminosa. Su postura es relajada, sentado con las piernas cruzadas y las manos unidas sobre el regazo.
Richard Nixon aparece sin maquillar, con barba descuidada y traje gris, que apenas contrasta con el fondo del estudio y le queda bastante holgado debido a la pérdida de peso  que conllevan los actos de la campaña. Puede que consciente del error que ha cometido, se muestra malhumorado; visiblemente rígido, se sienta en el borde de la silla, sin saber muy bien cómo colocar sus piernas y manos.



Kennedy interviene en primer lugar. Se dirige al estrado y, mirando a cámara con seguridad, desgrana su discurso de forma serena y segura. Los movimientos de cabeza —en lo que al sistema kinésico se refiere— son mínimos, transmite convicción en lo que está diciendo. 




Llega el turno de Nixon. Suda copiosamente desde el principio de su intervención, detalle justificado al parecer por un golpe previo en la pierna herida. El primer plano de cámara muestra el desafortunado rasurado y la holgura del cuello de su camisa. Balancea su cabeza constantemente, lo que provoca una sensación de confusión y balbuceo.


En términos muy parecidos a estos transcurre el resto del programa. El resultado: la mayoría de los espectadores da por vencedor al joven candidato demócrata. En la campaña más reñida de la historia de los Estados Unidos, el triunfo puede achacarse probablemente a la aplicación de la psicología social y la vertiente no verbal de la comunicación a los medios de masas: nacía el marketing político.

Desde entonces se ha estudiado hasta límites inverosímiles cada uno de los detalles visuales y gestuales que acompañan discursos, actos y debates. El valor de la palabra continúa obviamente vigente, y también se exprime el mensaje verbal de forma premeditada y minuciosamente estudiada, pero la forma de presentar éste ha devenido factor crucial y, en muchas ocasiones, definitorio. El equipo de Kennedy acuñó  una premisa en los manuales políticos que difícilmente podrá ser revocada: los líderes que no comprenden el sistema de comunicación dominante en sus sociedades están destinados a fracasar. 

En la actualidad, la red se ha convertido en el medio que hay que manejar. Los asesores de Barack Obama así lo entendieron, millones de dólares en micro-donativos para su campaña, vídeos musicales virales con el texto de sus discursos, millones de seguidores en Twitter haciéndose eco de los mensajes del candidato… El uso inteligente de las redes le dio una ventaja que sus adversarios no supieron contrarrestar, centrados en sistemas más tradicionales.


El presidente de los Estados Unidos es también experto en el uso del lenguaje corporal y la transmisión  de  mensajes  relativos  al  sistema  diacrítico:  durante  las  campañas  suele utilizar trajes con mangas más cortas de lo normal para que, en los gestos más ampulosos, enseñen las muñecas y parte del antebrazo, mostrando que no hay nada oculto en ellas, nada que esconder. 

Con todo, y a pesar de ello, el exceso de confianza también juega malas pasadas. En el primer debate con el candidato republicano Mitt Romney en las presidenciales de 2012, este último le ganó holgadamente la partida en todos los sistemas excepto el diacrítico: el vestuario era prácticamente idéntico, a excepción de la corbata elegida. Romney optó por el color rojo, tratando de transmitir sensación de fortaleza y determinación, mientras que Obama lució corbata azul, un enfoque de serenidad y sabiduría.



Fue en los sistemas paralingüístico y kinésico donde Romney venció el debate —y fracasó en los subsiguientes— con holgura. Entonación, ritmo y pausas adecuadas hicieron que su mensaje pareciese más fiable que el del presidente. Cuerpo, cabeza y mirada alineados hacia la cámara, actitud extrovertida y casi agresiva, con amplios gestos ilustrativos, mostraron un ánimo de acción del que careció un Obama cabizbajo, falto de energía y de párpados semicerrados, diríase derrotado.

Estamos en un año de numerosos comicios electorales. Será interesante ver cómo nuestros candidatos aplican las ventajas del conocimiento de la psicología social y observarlos manejando los diferentes sistemas de la comunicación no verbal. Sin duda podremos discutir largo y tendido los aciertos y errores que, respecto al asunto que nos ocupa, a buen seguro cometerán los actores del teatro político nacional.







BIBLIOGRAFÍA (FUENTES):